Enríquez a los chilenos
Inés Enríquez Espinosa
Tuve la suerte de nacer en una familia extraordinaria, la de los Enríquez Espinosa; pude disfrutar de unos padres excepcionales, Raquel y Edgardo, de unos hermanos entrañables, leales, y emprendedores; lo que se proponían lo iban logrando, en el plano personal y social. Les hablo de ellos porque Marco es hijo de Miguel, el tercero de mis hermanos mayores.
Miguel fue desde niño sobresaliente, todo lo preguntaba, cuestionaba lo que le decían, y llegaba a sus propias conclusiones. Lector ávido, no cesaba en buscar explicaciones a lo que sucedía en el mundo, en su entorno local, en el país, y diría que en el cosmos. Estudiaba los movimientos de los astros, hablaba de eso siendo casi niño, e incluso tenía sus propias teorías sobre los astros, los insectos, la sociedad humana, los animales.
Alguna vez, cuando ya éramos jóvenes universitarios, y hablando de tener hijos, Miguel me dijo que si tenía uno le iba a poner como nombre Marco, y que su labor principal como padre iba a ser guiarlo, protegerlo, dándole toda la libertad posible para que ese hijo lograra cumplir sus propias metas, las que fueran. En este proyecto Miguel no logró estar presente, ni pudo participar en la crianza y formación de Marco, por las razones que todos conocemos. Fue Manuela, su madre, la que le dio y sigue dando todo el amor y atención necesarios, como también Carlos Ominami, su padre por adopción.
Cuando veo a Marco hablar, debatir, enfrentarse a un periodista que está enfocado a tocar algún tema sensible o controvertido, veo en buena medida a Miguel, su padre: rápido para contestar, preciso y conciso, dando buenos argumentos, y fundamentando lo que dice; más aún, cuando está Marco interactuando con adversarios, sus respuestas son certeras o bien, con gran habilidad y espíritu crítico, cambia lo que le preguntan y contesta algo relacionado con lo anterior. Pues en estas entrevistas abundan las preguntas basura que no merecen usar ni media neurona ni segundos de nuestro tiempo para contestarlas. Lo más interesante de todo esto es que este tipo de preguntas se vuelven contra el entrevistador; el que queda mal eventualmente es él o ella, porque está faltando a los principios básicos de lo que debe ser un buen periodista y comunicador: escuchar y reproducir fielmente lo que dice el entrevistado; y no bombardearlo con nuevas preguntas o interpelaciones. Todo lo cual redunda en un periodismo deficiente y sesgado.
No pretendo explayarme en este texto sobre Marco. Pero hace poco me tocó ver a una periodista desatada buscando el error, el tropiezo, la caída de Marco en una entrevista por CNN, y me impresionó primero el tipo de pregunta que le hizo, pues ya al hacerla presuponía que había un delito cometido. La pregunta era: ¿Qué diría su padre Miguel si supiera que usted aceptó financiamiento de la empresa del ex yerno de Pinochet? Es una pregunta muy venenosa y malintencionada –e incluso cruel– porque Marco no conoció a Miguel, (aunque Miguel sí conoció a Marco) y, por lo mismo, Marco no podía imaginar siquiera cuál hubiera sido la reacción de su padre.
Pero yo me atrevo a decirlo porque conocí muy bien a Miguel: le hubiera creído a Marco y no a la serie de calumnias y acusaciones lanzadas en su contra en los últimos dos o tres años, y lo hubiera apoyado incondicionalmente; más aún, le hubiera dado consejos y formas de defenderse ante la ley y adversarios.
Además, me llamó la atención el enorme control que tuvo Marco para responderle a la periodista, sin tartamudear ni confundirse, despidiéndose de ella con absoluta caballerosidad, y apelando a la justicia como poseedora de la última palabra.
A pesar de los innumerables ataques y difamaciones por parte de los medios y sectores de la opinión pública, Marco ha logrado reconstruirse y seguir adelante, sin vacilar en enfrentarse a las medusas que le siguen saliendo al paso.
Ver estos debates y entrevistas es entrar a la selva en que se ha convertido la política en Chile; se trata de destruir al considerado adversario a casi cualquier precio, porque así conviene a los intereses propios y seguramente ajenos. Y nosotros que pensamos que la pesadilla había terminado con el fin de la dictadura; no fue así.
Las conductas que imperan hoy en el mundo de la política chilena son claramente secuelas de ese período dictatorial de 17 años; casi todas cimentadas en odios, envidias, venganzas, rivalidades que van en detrimento de la tan anhelada democracia, paz social, y armonía, y golpean con mayor virulencia a los pobres de Chile, a la clase media empobrecida, los pensionados, los estudiantes, las mujeres y, de nueva cuenta, a muchos inmigrantes que buscan un sustento para sobrevivir.
El cambio es absolutamente necesario, en gobernantes y gobernados, para reiniciar un proceso de reparación y curación de las heridas que siguen abiertas en vastos sectores de la sociedad civil. De no hacerlo, estaríamos retrocediendo precipitadamente a formas de vida, relaciones humanas, organizaciones sociales, guerras por territorios y poder hegemónico propios de la Edad Media, e incluso más atrás en la historia de la especie humana.
Para cerrar, un mensaje para Marco:
“Sólo hay dos tragedias en la vida: una es no conseguir lo que uno quiere, y la otra es conseguirlo”. (Oscar Wilde)