por LUIS JARA CORREA
Vicepresidente de Acción Social, Progresistas.
El Progresismo marcó una época de desarrollo de las personas, con una dinámica sin parangón en toda América Latina, donde sobresalientes liderazgos fueron capaces de mover los límites en cada uno de sus países, superando estándares mínimos salud, educación, vivienda e infraestructura, encausando banderas de luchas en los derechos civiles y una adecuada extracción de recursos naturales, siendo estos considerados elementos mínimos para un bienestar social con mayor equidad en las distintas capas sociales y que históricamente no habían podido ser representadas por la Izquierda tradicional.
Hoy en día, es otro punto de esta ruleta política que nos encontramos, básicamente por falta de una continuidad de ideas que logren reivindicar las nuevas necesidades de las clases emergentes gracias a los logros del proyectos progresistas, donde la derecha ha consolidado su estadía en los distintos gobiernos y cosechando los logros de esos avances y presentándolos comunicacionalmente de su factura. Esto nos lleva a repensarnos que todo lo logrado durante un periodo de aciertos y abundancias, puede ser menoscabado por una ola conservadora de derecha que busca perpetuarse insertándose en el ADN de los ciudadanos, con principios individualistas y competitivos que neutralizan los intentos de cualquier modo de Organización Social.
Justamente hoy conmemoramos la Ley de Promoción Popular, realizado por el gobierno de Frei Montalva en 1968, donde se promovió el fomento de las organizaciones de base o de la “sociedad civil”, sobre todo de los sectores populares de la sociedad, y se orientó a promover la participación ciudadana en diversas áreas como la organización vecinal, la capacitación cultural, deportiva y social, los Centros de Madres, la capacitación de dirigentes populares, y la organización sindical. 1
Actualmente, la realidad en Chile es más profunda y desarticulada aún. La dictadura y el poco compromiso de una tímida democracia en el proceso de transición no ha permitido recuperar el tejido social que alguna vez logró articular poder en las poblaciones. Uno de los grandes méritos de la UP (Unidad Popular) y la sobrevivencia de las organizaciones en tiempos de dictadura, fueron las ollas comunes, fiestas costumbristas y escuelas de verano, donde el rol de la mujer era esencial para lograr cohesión en el trabajo y el logro de los objetivos como también los espacios que prestaba la iglesia católica para la organización de ello.
Como raíces de un árbol dentro de un bosque, debemos pensar en la construcción de redes de participación activa de una ciudadanía que, cada vez más, siente lejana a la política (gran mérito también es de los “politiqueros” y sus estructuras operacionales, eternizados y cómodos en el poder) y las instancias de poder institucionales.
Ese será un camino largo y pedregoso, con un cambio cultural y de paradigma donde el hombre vea una sociedad integrada, entendiendo como vital valorar que es parte de un todo y que su bienestar depende del bienestar común. Restaurar el poder ciudadano donde la decisión de la mayoría está por sobre la representatividad de unos pocos. Donde es más importante un buen dirigente vecinal que pueda gestionar acciones de seguridad barrial o que organicen campeonatos deportivos con las herramientas que el Estado, gobierno y municipio puedan proporcionar. Es ahí donde un líder vecinal pueda cumplir un rol gravitante en el poder local.
A su vez, la coordinación de todas estas organizaciones es vital para responder a las necesidades primarias del territorio. Todo esto debe ser acompañado con la división de tareas y responsabilidades en un amplio equipo de trabajo generando compromiso en todos los pares, que no se perpetúen en instancias de poder, tales como los Cosoc de cada municipio no tan solo debe tener voz, sino también una representación real en la toma de decisiones.
Si no supimos leer lo que la gente quiere, escuchar lo que la gente piensa y pensar lo que la mayoría vota, que fue parte de la derrota electoral que se viene cosechando en todo el continente, es tan solo porque nos guiamos por perfumes estadísticos, tendencias comunicacionales y el poco olfato político al no estar en la calle y cercano lo ciudadano.
En nuestra capacidad de organización estará nuestra fortaleza. El objetivo entonces es organizar a la ciudadanía en la defensa de sus derechos y la construcción de liderazgos que representen las demandas de una sociedad más justa. Solo así, sin inventar la rueda, con presencia y perseverancia, apoyando y formando liderazgo lograremos ser vanguardia en rearticular las fuerzas vivas logrando el poder local y no perder lo que se ha avanzado.