Raúl Villavicencio
Encargado comunal Santiago
Partido progresista
Según el instituto nacional de estadísticas INE, en chile a principios del 2020 la población migrante ascendía a 1,5 millones de personas. Siendo los principales en cantidad Venezuela (30,5%), Perú (15,8%), Haití (12,5%), Colombia (10,8%) y Bolivia (8,0%).
Todas y todos podemos llegar a ser migrantes. Es decir vivir en un país que no es propio de nacimiento. No es cuestión socioeconómica, es cuestión de la circunstancias de la vida.
Ser migrante ya es difícil. Estar en un país donde muchas veces estás solo. Sin tu familia, sin tus cercanos. Pasar una navidad, un cumpleaños o un día de la madre sin poder abrazar a ese ser querido. Salir con una mochila cargada de ilusiones en busca de un nuevo horizonte. Sin saber que te espera al otro lado del mundo. Sin saber con qué o quién te encontrarás. Solo saliste con la esperanza de que te irá bien. Y así podrás ayudar y sacar adelante a tu familia. Los que quedaron allá al otro lado. Los que no verás por mucho tiempo quizás por años o quizás nunca más.
Sin duda alguna los ciudadanos migrantes son uno de los sectores más golpeados con la pandemia a nivel mundial. En nuestro país ya muchos viven en precarias condiciones humanas. Hacinados en algún cité de alguna comuna, en algún barrio, o compartiendo los gastos de un departamento con más de un amigo. Muchas veces en condiciones poco humanas donde deben pagar un sobrevalorado arriendo que les consume, en algunos casos, la mitad de su sueldo. Y si le sumamos la aparición del coronavirus. Eso complica más las cosas para cualquier ser humano. Es la realidad que hoy vive la población migrante en nuestro país.
La pandemia del coronavirus dejó al descubierto los problemas sociales que tenemos. Ese mantel blanco que cubría con cifras engañosas la realidad. Donde se maquillaba un oasis ante los ojos del mundo, quedó en la más absoluta mentira. Hoy vemos el Chile real. El Chile con más del 80% en vulnerabilidad, el Chile de la clase obrera, del trabajador y trabajadora, del ciudadano de a pie. El Chile de la olla común en las poblaciones. El oasis nunca existió. Ni tampoco el mejor sistema de salud del planeta.
Las y los ciudadanos ya tenemos problemas sociales. Al ver que existe un estado que no vela por nuestros derechos básicos tales como: salud, educación, vivienda, etc… Imaginémonos entonces cómo será para aquel ciudadano extranjero. Difícilmente pueda tener alguna ayuda social.
Hoy vemos muchas embajadas de diferentes países. Perú, Colombia, Venezuela, Haití, donde en las afueras pernoctan sus compatriotas esperando ayuda para volver a sus respectivos países en medio de la pandemia.
Pero ahí están. Luchando el día a día todo por la familia. Viviendo en un país como Chile, donde tenemos costos de vida europeo pero con sueldo chileno. Donde la xenofobia es pan de cada día. Chile siempre se ha sabido de ser un país clasista. Todos sabemos el concepto “de Plaza Italia hacia arriba, de Plaza Italia hacia abajo”. La pregunta es cuándo nos convertimos en un país racista. Cuándo comenzamos hablar mal del negro, del rubio, del blanco, del gordo, del flaco. ¿Cuándo?
Desde el progresismo tenemos la absoluta certeza que Las esperanzas están puestas en estas nuevas generaciones. Donde no existe escuela pública que no haya un niño o niña de familia migrante. Ellos hoy juegan, estudian, se sociabilizan, hasta comparten su colación. Conviven gran parte de su día con niños de diferentes culturas, diferentes países. Son amigos, casi hermanos, y entre ellos nadie se mira en más. Ni nadie se mira en menos. Nos están dejando una gran enseñanza de vida y de humanismo; Todo somos iguales. La diferencia está en cómo te trata la vida.