Hoy, a casi 110 años de aquel 20 de octubre en el que se firmó el denominado “Tratado de Paz y Amistad de 1904”, las relaciones entre Chile y Bolivia no son del todo fructíferas como debieran ser. Ambas naciones se sitúan, desde hace muchos años (tanto a nivel regional como internacional), como países rivales e incapaces de conciliar posiciones. Mientras Bolivia demanda una salida soberana al Océano Pacífico, Chile muestra su disposición a efectuar concesiones para una salida al mar, pero sin cesión territorial. Esta lógica imperante en las relaciones bilaterales…
Hoy, a casi 110 años de aquel 20 de octubre en el que se firmó el denominado “Tratado de Paz y Amistad de 1904”, las relaciones entre Chile y Bolivia no son del todo fructíferas como debieran ser. Ambas naciones se sitúan, desde hace muchos años (tanto a nivel regional como internacional), como países rivales e incapaces de conciliar posiciones. Mientras Bolivia demanda una salida soberana al Océano Pacífico, Chile muestra su disposición a efectuar concesiones para una salida al mar, pero sin cesión territorial. Esta lógica imperante en las relaciones bilaterales, se ha transformado en una especie de juego de suma cero que no ha permitido avances sustanciales tanto en esta problemática como en muchos otros temas que podrían permitir una mayor integración entre dos naciones hermanas. Bajo este contexto, independiente de las consideraciones que se pueda tener respecto a la viabilidad o no de la demanda marítima de Bolivia en la Haya, y de la serie de argumentos jurídicos que se puedan sostener a favor de una u otra postura, el hecho de que por segunda vez un país vecino demande al país ante la Corte Internacional de Justicia, no puede evidenciar otra cosa que un mal manejo de las relaciones internacionales y la diplomacia chilena. El congelamiento de la “agenda de los 13 puntos”, se dio bajo un contexto en el que Chile no fue capaz de innovar en alguna propuesta que rompiera el juego de suma cero, y terminó por motivar a Bolivia a tomar el mismo camino que Perú para intentar forzar a Chile a llegar alguna solución. Ante esto surge la imperiosa necesidad de que la clase política chilena abandone su postura aislacionista y aletargada y se la juegue por una integración regional real, la que sin duda debe partir por solucionar temas históricos que no permiten avanzar en temas de integración fronteriza, cultural, social, y científica que, sin duda, tienen mayor relevancia en nuestros tiempos que una pequeña parte de soberanía que no tiene un impacto significativo en los intereses materiales del país, como si lo tiene la integración regional. Es necesario dar un salto cualitativo desde la cancillería en las relaciones con nuestros vecinos y olvidarnos de ese nefasto concepto de la “doble agenda”, que intenta llevar los temas económicos relacionados con el gran capital financiero por un camino de integración total, pero que deja el resto de los temas bajo la alfombra y que, ante situaciones como las demandas en la Corte Internacional de Justicia, sólo nos permite reaccionar intentando, a lo más, mantener el Statu Quo. Hoy en día y tras el fallo de la corte en el diferendo con Perú, están dadas todas las condiciones para lograr entablar una negociación propositiva, que permita de una vez por todas solucionar el enclaustramiento de una nación hermana provocado por una guerra basada en intereses económicos. Es sólo bajo un dialogo trinacional que se podrá dar una solución al tema con Bolivia. La clase política chilena debe comprender que, independiente de cuál sea el fallo en la Corte, el escenario más favorable para Chile seguirá siendo el negociar por iniciativa propia. Hoy más que nunca nuestro país tiene la posibilidad de transformar lo que se ha mantenido por décadas en un juego de suma cero, en un escenario en el que todos los involucrados lleven sus utilidades al máximo. Para eso hay que jugársela por la integración total, y como primer paso hay que instaurar una mesa tripartita entre Chile, Bolivia y Perú, que logre darle una salida soberana al mar a Bolivia a través de una propuesta que se desprenda, de una vez por todas, de los ofrecimientos con carácter tributario que sólo alimentan el círculo vicioso que ha estado manteniéndose por más de un siglo.