Mayo de 1985, ciudad de Cali, Colombia. Antonio Navarro Wolff, entonces segundo comandante de la agrupación armada Movimiento 19 de Abril, se encontraba en una cafetería de la capital del valle del Cauca. De pronto, una bomba es lanzada a centímetros de su persona y explota. En medio de la confusión y el pánico, Navarro comienza a esbozar una conclusión que lo acompañará el resto de su vida: la pérdida de una de sus piernas y un ligero problema de lenguaje.
Por entonces, década de los 80, la escena es parte del folclore colombiano. El país, cuna de la alegre cadencia de la cumbia y el vallenato, se desangraba irremediablemente por todos los flancos: colectivos guerrilleros respondiendo a insalvables traumas históricos, carteles de droga y su confesado objetivo desestabilizador para evitar la justicia, además de paramilitares reactivos a los dos primeros.
Por los días de aquel atentado, Navarro, a nombre de su ejército irregular, el M-19, trataba infructuosamente de lograr un acuerdo de paz con Belisario Betancur, presidente de la época. Por su seguridad, debió salir al exilio, primero a México, luego a Cuba, donde finalmente le injertarían una prótesis en la extremidad perdida. Mientras, el M-19 secuestraba y se tomaba el Palacio de Justicia en respuesta al quiebre del diálogo con el Estado.
En el proceso de recuperación, el comandante Navarro comienza a esbozar una segunda conclusión, esta vez ideológica: es imperativo refundar el país a través de una asamblea constituyente. Sin embargo, ni la roída clase política ni los grupos armados tenían legitimidad para tamaña audacia institucional.
Antonio Navarro, desde el lobby del Hotel Bonaparte de Providencia, Santiago, rememora: “Si no hubiera sido por los estudiantes, creo que no hubiéramos llegado a tener una asamblea constituyente. Los estudiantes eran una fuerza fresca, que no estaba metida en una institucionalidad gastada. No tenían la historia nuestra de guerrilleros, que estábamos en un diálogo de paz, pero de todas maneras la guerra deja secuelas”, dice y, a modo de ejemplo, golpea su artificial pierna izquierda, desde donde se emite un hueco sonido.
Así, Navarro hace mención al rol que los estudiantes tuvieron para pacificar el país. Bajo el lema “Todavía podemos salvar a Colombia”, los universitarios crearon el movimiento Séptima Papeleta, sufragio simbólico que llamaba a la creación de una asamblea constituyente, en medio de las elecciones parlamentarias de 1990.
“Se necesitaba una reforma de la justicia para enfrentar el narcotráfico, que permitiera la extradición y fortaleciera a los jueces. Para esto se necesitaban reformas constitucionales, pero por la influencia de la mafia, era imposible. Por esto, el presidente que fuera electo en 1990, César Gaviria, asumió la bandera de los estudiantes y, mediante decretos de estados de excepción, llamó a la conformación y elección de una asamblea constituyente”, agrega Navarro.
Antes faltaba un trámite: consultar a la Corte Suprema. El máximo tribunal aprobó la constituyente, haciendo una excepción: el temario debía ser libre y no acotado, como propuso Gaviria.
Se conformó la asamblea y, con ello, la conversión interna de Navarro. El otrora guerrillero ahora lideraba un proceso de cambio institucional, mientras el M-19 se desarmaba. Como interlocutor contrario, en tanto, tenía a Alvaro Gómez Hurtado, líder conservador, viejo conocido del M-19. “Mi organización lo había secuestrado y en la constituyente nos encontramos. Fue un gesto de aproximación poderoso. Es que había un clima de consenso, de que la constituyente era el método de cambiar las cosas, empezando por una Constitución de 1886”, explica Navarro, actual vocero del Movimiento Progresista de Colombia.
Así las cosas, tras cuatro meses de asamblea, Colombia tuvo una nueva Carta Fundamental en 1991 y, para el balance, está si se resolvieron los problemas del país. A juicio de Navarro, fue el camino de mayor legitimidad; tanto así que, invitado por Marco Enríquez-Ominami y la Fundación Progresa, vino a Chile el pasado miércoles a participar del seminario “Modelos de asamblea constituyente: ejemplos para Chile”. Allí defendió el modelo constituyente colombiano, en momentos en que la Presidenta Bachelet prometió cambiar la Carta Magna sin definir, hasta ahora, el método.
¿Cómo interviene el Poder Judicial en la conformación de la asamblea?
Fue una combinación de factores: el proceso ciudadano y el proceso de paz. En Colombia, nadie creía que la paz era posible.
En la Corte Suprema hubo magistrados que pensaron que por el Congreso no se podían hacer las reformas. Y fue el gobierno el que propuso una constituyente limitada, pero en la corte hubo 12 votos a favor de la propuesta del gobierno y 13 en contra.
Esos 12 jueces se apegaban a la institucionalidad y decían: “No podemos salirnos de la Constitución”, porque la asamblea constituyente no estaba contemplada en la anterior Carta, razonamiento que se alineaba a los opositores a la asamblea, que decían: “Para qué cambiar la Constitución, si el país se ha gobernado hasta ahora con la misma Carta”.
¿Cómo se organizaron para presidir la asamblea?
Hicimos una presidencia colegiada; como ninguno de los tercios obtuvo la mayoría, establecimos una presidencia de tres miembros: conservadores, liberales y los del M-19, que ya habíamos firmado la paz. Eso le dio un clima que permitió que la asamblea fuera exitosa, que no fuera una asamblea de confrontación, sino que fuera una asamblea de consensos, condición fundamental.
¿Qué derechos se consagraron en la nueva Constitución?
Los indígenas tuvieron un tratamiento de discriminación positiva y mantienen en el Senado dos asientos asegurados. Además, se estableció la consulta previa para la construcción de obras públicas en sus territorios y nadie se atreve a hacer nada sin acuerdo con los indígenas. También se forzó a duplicar la inversión en salud y educación, educación pública y gratuita consagrada por la Constitución. Eso, entre otras cosas.
¿Contribuyó la asamblea constituyente al proceso de paz en Colombia?
Allá hubo seis guerrillas y tres grupos firmaron armisticios y se sumaron a la asamblea. Consensuamos una estructura judicial muy dura para combatir el narcotráfico. Y los cambios institucionales fueron tan de avanzada, que cualquier discurso a favor de la lucha armada quedó sin sustento.
¿Cuál es la clave para una constituyente?
En un marco constituyente se requiere perdurar y, para eso, se necesita que los sectores de la sociedad se despojen de sus intereses inmediatos y tengan voluntad de transformación institucional.
Líderes de la izquierda chilena han dicho que la asamblea constituyente es “fumar opio”.
Tal vez porque le tienen miedo a la gente. Los gobiernos no quieren tomar el riesgo, y los puedo entender porque, incluso, les pueden cambiar el período de mandato. Pero es un temor infundado.
Acá se discute si es posible que los parlamentarios vigentes generen una nueva Constitución.
En los años 80, en mi país no se pudo hacer una reforma a la Constitución desde el Congreso y, por eso, tuvimos que hacer una asamblea constituyente, por el agotamiento institucional. Y los congresistas tenían que renunciar a sus escaños si querían ser constituyentes. Claro, si los congresistas de entonces hubieran sabido lo que se venía, tal vez todos hubieran renunciado para ser constituyentes, y así la asamblea no hubiera tenido la frescura que tuvo, porque a la asamblea también llegó la sociedad civil.
¿Alguna sugerencia a la Presidenta Bachelet, que prometió una nueva Constitución?
En Chile, como en muchos países, hay un divorcio entre las instituciones y la sociedad. La realización de la asamblea constituyente les ayudaría a cerrar esa brecha. Simplemente se lo planteo como una hipótesis.
Fuente: latercera.com