Hace 20 años nos sorprendíamos con el tráfico, los asaltos, el narcotráfico y las favelas en las grandes ciudades de América Latina como el DF de México, Bogotá en Colombia, Río de Janeiro y São Paulo en Brasil. Hoy Santiago se ve amenazado por las mismas complejidades. Crecimos, es cierto, pero solo nos preocupamos de una de las facetas del desarrollo: el crecimiento económico.
Crecer en lo económico genera una serie de eventos que van sucediendo en la ciudad y, sobretodo, en nuestra sociedad. Llevamos cerca de 40 años solo preocupados de tener un crecimiento económico, sin ver las externalidades del dicho crecimiento, sin planificar nuestras ciudades para enfrentar el crecimiento de manera sustentable. En fin, sin querer enfrentar los desafíos que genera el desarrollo.
Abandonamos la planificación de nuestras ciudades dejándolas a merced de la especulación del mercado y a su lógica de máxima rentabilidad. Incentivamos el consumo al punto donde tener un auto se transformó en una señal de éxito personal. Abandonamos el espacio público y decidimos que cada uno hiciera su vida dentro de la casa o en un condominio, olvidándonos del fin último de la ciudad que es vivir en comunidad. Y así lo hicimos con un sinfín de servicios e infraestructura básicas y elementales para la vida que un Estado no debe abandonar.
Hoy llegamos a una ciudad peligrosa y seguimos escuchando que se combatirá con más policía, que se pondrán más salas de control, más videocámaras y que se construirán más carreteras para descongestionar los miles de autos que entran a circulación día a día.
Es hora de parar, mirar, planificar
La delincuencia se genera por una sociedad desigual, el narco llega por la desesperación de la pobreza, el abandono del espacio abierto y el olvido de los barrios. Nos olvidamos que el transporte público se diseña, se planifica y se entiende no con una lógica de infraestructura sino que poniendo al ser humano en primer lugar. Esta es una necesidad básica al igual que la vivienda la salud y la educación. Vamos entonces por una movilidad humana.
Necesitamos un cambio paradigma, no solo en cómo se hace una sociedad y se construye la ciudad, sino cómo se entiende y se dialoga con ella. El narcotráfico se combate con educación, con espacios recreativos y deportivos accesibles y ciudadanos. Hay que recuperar el espacio público por parte el Estado, la municipalidad y los ciudadanos; no se trata de entregárselo a las policías o cámaras de seguridad.
Invertir en infraestructura en la ciudad es urgente, sobre todo en esa ciudad pobre, abandonada y en manos del narco. Por eso debemos recuperar la vivienda y como Estado velar por su calidad, tamaño y ubicación. La vivienda debe ser un cobijo para la familia y dar paso a la prosperidad de las generaciones futuras. La vivienda es un derecho básico.
El transporte debe ser público y debemos movilizarnos masivamente, para salir de la individualidad y entrar a la comunidad y eso es lo que necesitamos, comunidad. Peatonalizar nuestros centros urbanos hará que convivamos en la ciudad. Debemos recuperar la calle para el peatón y el transporte no motorizado como la bicicleta, el skate o monopatín. Debemos avanzar hacia la electromovilidad. El litio y el cobre es lo que se necesita para generar una movilidad eléctrica.
Debemos generar más metro soterrado y tranvía eléctrico de baja velocidad, para así poder transformar las avenidas en lugares de encuentro, llenarlos de árboles y parques, movilizarnos peatonalmente. Debemos recuperar el aire respirable para nuestras ciudades. La polución nos enferma y las medidas están a la mano y son prósperas para el país.
Ya fuimos el país ejemplo del crecimiento, ahora debemos ser un ejemplo de urbanismo de ciudad, de transporte y de calidad de vida.
Integrar la vivienda más vulnerable nos hará superar la pobreza. Generar espacios abiertos para el deporte y la recreación recuperará a nuestros niños y jóvenes. Recuperar los espacios verdes naturales –como bordes de ríos, quebradas y cerros– nos dará arborización para limpiar el aire.
Aquí tenemos muchas medidas de bajo costo, pero que requieren de sentarse, pensar y dialogar con distintas entidades para coordinarlas, y sobre todo la voluntad política de querer crecer en lo social.
Beatriz Stäger
Arquitecto, encargada de Urbanismo y Ciudad de la Fundación Progresa