Soy ambicioso. Pero no todos los ambiciosos somos iguales. Hace 8 años dejé de producir para los canales de televisión –etapa en la que dirigí algunas de las series más exitosas de la TV chilena– para entrar en política. Hoy, soy más pobre que hace 8 años. Porque me metí en política por ambición, pero no para hacerme millonario. Entender que no todos los ambiciosos somos iguales es una distinción fundamental en política.
El MIR en algunos momentos financió parte de la lucha política de un sector de la izquierda robando algunos bancos, pero no podrán decir que eran unos corruptos. Allende que en algunos momentos era crítico a mi padre Miguel, también lo apoyaba porque era un hombre sabio que entendía esta distinción. Al final de sus días, cuando la violencia fascista se desató sobre todos nosotros, Allende le dijo a mi padre: Miguel, es tu turno. Y así fue, ambos fueron asesinados por los ambiciosos corruptos que hasta el día de hoy saquean Chile. En mi caso los corruptos usan su fiscal de bolsillo para que me investiguen con supuestos de mal financiamiento de mi campaña de 2013. Era la única herramienta a disposición de mis oponentes para bajarme en las encuestas.
Piñera también es ambicioso, pero de poder para beneficio personal. Usó platas de campaña para pagar sus empresas, por coimear un ministro en Argentina y su cargo de presidente para hacerse más rico de lo que ya era. Él quiere llenarse los bolsillos de plata, y para eso tiene a sus ex funcionarios de directores de todas las encuestadoras de prestigio del país, y lobistas que se hacen pasar por periodistas y presentadores de televisión imparciales, que construyen una falsa sensación de que ya está ganada la elección.
En mi caso, mi ambición es para acabar con el clasismo y los abusos de ciertos empresarios a los ciudadanos. Para mejorar y dignificar la vida a la gente, y que seamos un país más justo. Para que vivamos mejor, pero mejor todos juntos.
Cuando nos juzgue la historia, lo hará por nuestras ambiciones y renuncias. Volví a Chile después de 13 años de exilio, estudié con el hijo el comandante de la Armada que mató a mi padre, tíos y primos. Fui diputado en el edificio del Parlamento, ícono de la corrupción de Pinochet; legislé con la Constitución escrita con la sangre de miles de muertos, desaparecidos y torturados, pero como soy ambicioso, no renuncié a mis objetivos.
Porque mi ambición es del tamaño de la desigualdad y del abuso a los millones de personas que viven con pensiones inferiores al sueldo mínimo. Un país aclamado por la OCDE como ejemplo de desarrollo económico, al mismo tiempo que sus familias son obligadas a la humillación de realizar bingos para pagar un tratamiento de salud. Un país donde no hay oncólogos en Calama –la ciudad con los más altos índices de cáncer de Chile–, pero sí hay aviones de guerra F16 en Iquique listos para despegar a una guerra imaginaria.
Por la indignación de ver la tristeza en la mirada de quienes no viven en Vitacura es que renuncié a haber amasado una pequeña fortuna con un trabajo glamoroso.
Junto a un grupo de parlamentarios díscolos y soñadores, todos ambiciosos, declaramos que estábamos ahí para hacer de Chile un mejor país, pero que para eso necesitábamos transformar la centro-izquierda y los partidos de la Concertación, que era desde donde todos veníamos. Por aquel entonces los héroes estaban fatigados y debíamos hacerles despertar y, creo, aunque con muchos más heridos de los necesarios, –nosotros mismos incluidos–, lo logramos.
En 2009 lideré un cambió en el eje gravitacional de la izquierda chilena. La Transición perduraba más de lo necesario. Era hora de decir la verdad con todas sus letras. Hoy pago los costos de haberme enfrentado al sistema, incluida una izquierda que ya demostraba trazos jurásicos.
Hoy la Presidenta Bachelet celebra la aprobación de leyes presentadas por mí en 2008, tiempo en el que el Partido Socialista pidió mi expulsión por defender con uñas y dientes el matrimonio igualitario, la adopción homoparental, el aborto y una ley de medios.
Cuando la historia juzgue las grandes transformaciones de Chile, deberá partir dos años antes de las movilizaciones de 2011, cuando los díscolos abrimos las ventanas de oportunidades del cambio y pusimos en la primera plana del debate, un puñado de ideas que enfrentaban la barbarie de un país aún amarrado por el pinochetismo. Nuestra ambición fue el motor del cambio.
Hoy, ninguno de los parlamentarios díscolos sigue en el Congreso. Logramos cambios posibles para Chile, pero insuficientes. Haré todo lo que sea necesario para empujar los límites de lo logrado cuando fui diputado, para liberar a Chile de los ambiciosos como Piñera, porque no todos los ambiciosos somos iguales. Unos tenemos la ambición de ver a todos los chilenos cumplir sus sueños, otros venden nuestros sueños por cumplir los suyos.