Por Víctor Osorio.
El autor es director ejecutivo de la Fundación Progresa.
Uno de los ocho condenados por el falso atentado de Haymarket de 1886, que dio origen a la conmemoración del Primero de Mayo como Día Internacional de los Trabajadores, era un Pastor Evangélico de la Iglesia Metodista. Se llamaba Samuel Fielden y las palabras que pronunció frente a sus verdugos conservan actualidad: “Llegará un tiempo en que, sobre las ruinas de la corrupción, se levantará la venturosa mañana del mundo emancipado, libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronismos de nuestra época y de nuestras caducas instituciones”.
El 1° de mayo de 1886 miles de trabajadores de Estados Unidos declararon la huelga para obtener la conquista de la jornada laboral de ocho horas. La demanda era “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso”.
En los días siguientes se sumaron más de 340 mil trabajadores y se sucedieron episodios de protesta y violenta represión. El epicentro de la movilización estaba en Chicago. En medio de una concentración, una bomba detonó entre los hombres de la policía matando a uno de ellos e hiriendo a otros, en un hecho que se estimaría fue una provocación para justificar la embestida contra la huelga. La policía abrió fuego y mató un número indeterminado de obreros. Se declaró estado de excepción, toque de queda y hubo decenas de detenciones y denuncias de tortura. Ocho de los arrestados, Fielden entre ellos, fueron sometidos a un juicio que fue una farsa, violándose todos los principios del debido proceso.
Había nacido en Lancashire, Inglaterra. Su madre Alice falleció cuando Samuel tenía 10 años. Su padre Abraham era un capataz que trabajaba en paupérrimas condiciones en una fábrica de algodón. A raíz de la pobreza de la familia, el mismo Samuel debió llegar a laborar a los ocho años en las fábricas de algodón. Fue impactado por las malas condiciones de trabajo y esa experiencia de explotación marcaría la evolución posterior de su vida. En su país natal comenzó a participar además en la Iglesia Metodista, llegando a ser superintendente de la escuela bíblica dominical.
Cuando llegó a la mayoría de edad, emigró a Estados Unidos. En 1868 llegó a Nueva York y trabajo en algunos telares. Al año siguiente se trasladó a Chicago, y desde esa fecha trabajó como jornalero, viajando por períodos hacia el sur para buscar oportunidades de trabajo. También estudió Teología y se convirtió en predicador laico de la Iglesia Metodista Episcopal y sirvió como Pastor en congregaciones de trabajadores en el centro de Chicago. Fue en ese espacio que llegó a conocer el pensamiento socialista, que consideró el más consistente con sus convicciones cristianas.
Así, en 1884 se unió a la IWPA, la International Working People’s Association, que articulaba anarcosindicalistas junto a socialistas y/o comunistas libertarios y, en general, partidarios de la acción directa, la autogestión y el federalismo. Otra de sus características originales fue su prioridad por promover la igualdad de género y organizar a las mujeres, destacando compañeras como Lizzie Holmes, Lucy Parsons y Sarah Ames. Del mismo modo, anticiparon la noción prefigurativa de la política: un trabajo sobre “los orígenes libertarios del Primero de Mayo”, escrito por José Antonio Gutiérrez, consigna uno de sus fundamentos: “¿Cómo podría esperarse que una organización autoritaria engendre una sociedad igualitaria y libre? (…) La Internacional, embrión de la sociedad humana futura, debe ser desde el primer momento la imagen fiel de nuestros principios de libertad y federalismo”.
Fielden llegó a ser nombrado como tesorero de la sección estadounidense de la IWP y por su ardiente oratoria se transformó en uno de los portavoces de la causa de los trabajadores.
Se casó en 1880 y tuvo dos hijos, el segundo de los cuales nació mientras estaba en prisión a raíz de los sucesos de 1886.
En medio de la huelga general, el 3 de mayo el IWPA de Chicago celebró una concentración con unos 1.400 trabajadores en huelga. Mientras que Augusto Spies, uno de los líderes del IWPA, hacía un discurso, la policía abrió fuego contra la muchedumbre y acribilló a cuatro trabajadores. Al día siguiente, unas 20.000 personas se congregaron en la plaza Haymarket. Los oradores fueron Augusto Spies, Albert Parsons y Samuel Fielden, que fue voz principal. A las 10 de la mañana, una tropa de 180 policías arribó al lugar para dispersarlos. Fielden protestó desde el vehículo en el que había estado hablando. En esos momentos, alguien arrojó una bomba que explotó en medio de la multitud. Fielden recibió un disparo y resultó herido en la rodilla mientras huía en medio del caos. Fue arrestado al día siguiente y acusado de conspiración en el atentado.
En el juicio, Fielden fue acusado de incitar a la multitud a la violencia. Así, un detective de Pinkerton informó que Fielden había defendido, en el pasado, el uso de dinamita y disparar contra los agentes de policía. Hubo testigos que declararon que había incitado a la multitud al caos en su discurso, y que había dicho: “Ahí vienen los sanguinarios, cumplid con vuestro deber y yo cumpliré con el mío”. Varios oficiales de policía informaron haber visto a Fielden enarbolar un arma y disparar contra sus filas. Fielden negó todo y una diversidad de testigos negaron haber escuchado a Fielden hacer esas aseveraciones o verlo disparar un arma.
En sus palabras frente al tribunal, Fielden señaló: “Hallándome en un estado o disposición investigadora y habiendo observado que hay algo injusto en nuestro sistema social, asistí a varias reuniones populares y comparé lo que decían los obreros con mis observaciones propias. Yo reconocí que había algo injusto (…) Sabía cuál era el error y la falsedad, pero no conocía el remedio a los males sociales; pero discutiendo y examinando las cosas y los remedios puestos en boga actualmente, hubo quien me dijo que el socialismo significaba la igualdad de condiciones, y esa fue la enseñanza. Comprendí en seguida aquella verdad (…) Aprendí cada vez más y más; reconocí la medicina para combatir los males sociales, y como me juzgaba con derecho para propagarla, la propagué”.
“La Constitución de los Estados Unidos dice: El derecho a la libre emisión del pensamiento no puede ser negado a cada ciudadano. Reconoce a cada persona el derecho a expresar sus pensamientos. Yo he invocado los principios del socialismo y de la economía social, y ¿por esta y sólo por esta razón me hallo aquí y soy condenado a muerte?”, dijo. Y enfatizó: “¿Qué es el socialismo? ¿Es tomar alguno la propiedad de otro? ¿Es eso lo que el socialismo significa en la acepción vulgar de la palabra? No. Si yo contestara a esta pregunta tan brevemente como los adversarios del socialismo, diría que impide a cualquiera apoderarse de lo que no es suyo. El socialismo es la igualdad”.
Indicó: “Se me acusa de excitar las pasiones, se me acusa de incendiario porque he afirmado que la sociedad actual degrada al hombre hasta reducirlo a la categoría de animal. Andad, id a las casas de los pobres y los explotados, y los veréis amontonados en el menor espacio posible, respirando una atmósfera infernal de enfermedad y muerte”.
Y concluyó: “Si me juzgáis convicto por haber propagado el socialismo, y yo no lo niego, entonces ahorcadme por decir la verdad. Si queréis mi vida por invocar los principios del socialismo, como yo entiendo y pienso honradamente que los he invocado en favor de la humanidad, os la doy contento y creo que el precio es insignificante ante los resultados grandiosos de nuestro sacrificio. Yo amo a mis hermanos los trabajadores como a mí mismo. Yo odio la tiranía, la maldad y la injusticia (…) Hoy el sol brilla para la humanidad; pero puesto que para nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero feliz al morir, sobre todo si mi muerte puede adelantar un solo minuto la llegada del venturoso día en que aquel alumbre mejor para los trabajadores. Yo creo que llegará un tiempo en que sobre las ruinas de la corrupción se levantará la esplendorosa mañana del mundo emancipado, libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronismos de nuestra época y de nuestras caducas instituciones”.
Todos los detenidos fueron encontrados culpables y condenados a muerte. George Engel, Albert Parsons, Augusto Spies y Adolph Fisher finalmente fueron ejecutados, mediante la horca. Las últimas palabras Spies, mientras le cubrían la cabeza con una capucha, fueron: “Llegará un tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que ustedes estrangulan hoy”.
Louis Lingg se habría quitado la vida en su celda, en un hecho que nunca fue completamente aclarado. Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab fueron condenados a la pena de muerte, pero el gobernador Richard J. Oglesby la cambió por prisión perpetua. Pasaron seis años en prisión hasta que fueron indultados. Fielden murió en 1922 y no fue enterrado con sus compañeros de su causa en Chicago, como lo hubiera deseado.
La Segunda Internacional, que agrupara entonces a toda la izquierda mundial de origen en el pensamiento de Marx, acordó en su Congreso Obrero celebrado en París en julio de 1889, que se estableciera el Primero de Mayo como jornada reivindicativa de la lucha de los trabajadores del mundo.
Federico Engels escribió en el prefacio de la edición alemana del año 1890 de “El Manifiesto Comunista”: “Hoy en el momento en que escribo estas líneas, el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por vez primera en un solo ejército, bajo una sola bandera y para un solo objetivo inmediato: la fijación legal de la jornada de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso Obrero de París. El escenario de hoy mostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que, en efecto, los proletarios de todos los países están unidos. ¡Oh, si Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos!”…
Santiago, 1 de mayo 2020.
Fuente: Crónica Digital.